
La Arquitectura del Centro Histórico de la Ciudad de México, como ninguna otra, delata la esencia de la "mexicaneidad": admirarse de ella es atisbar aquello que nos da identidad como Nación. Los motivos en la fachada de la catedral nos hablan del proceso de mestizaje, de la conquista espiritual;

el magnífico Palacio de Bellas Artes nos dice todo sobre nuestro lazo con Europa, habla de una oligarquía dominante y, por supuesto, de la separación entre los grupos de poder y el ciudadano común;

la Asamblea Legislativa del DF nos pude contar del periodo en que la Ciudad trató de parecerse a París y ahora, re-significada, sirve como sede del poder legislativo.

En fin, hablar de la arquitectura del Centro Histórico obliga a hablar de la Historia de un pueblo que, ahora, a 200 años de existencia, sigue tratando de encontrarse.





